Umbrías

Mi experiencia pictórica, y muchos de mis ejercicios instalativos y audiovisuales, parten de una intención de recrear determinados ambientes físicos que ya existen, con los cuales he interactuado; o de concebir otros de manera imaginativa, fantasiosa, mediante recursos simbólicos o artificios poéticos. Como han afirmado algunos especialistas, respondo más a una concepción de vínculo emotivo, energético, con esos ambientes o atmósferas; que a una perspectiva de interacción racional o estrictamente lógica.

Si se hace difícil para el espectador neófito, y hasta para el público especializado, definir esa frontera precisa en mi obra donde comienza y termina el anhelo de una recreación física, y donde comienza y termina el propósito de una recreación elucubrativa, fantasiosa, es porque estoy fundiendo constantemente las percepciones objetivas con las subjetivas, los ámbitos reales con los virtuales. Estoy mezclando siempre las correlaciones entre las experiencias sociales y personales; los sentimientos que provienen lo mismo de confrontaciones intimistas que comunitarias. Ese ejercicio intenso de fusión está todo el tiempo condicionado por la celeridad, el exabrupto, con que se están manifestando constantemente mis estados de ánimo. O sea, no hay manera de seguirle la pista a la cronología de mi quehacer visual y alegórico, si no se tiene en cuenta ese curso transitivo de mi actividad social e intelectual.

A lo largo de mi trayectoria creativa, he realizado una serie de obras y conjuntos visuales deudores del género paisaje, caracterizados por el empleo de atmósferas densas, sobrecargadas, en las que prevalece el dibujo gestual, catártico, desgarrador; piezas en las que el color desaparece casi por completo e impera la presencia de tonalidades negras y grises. En ellas, la oscuridad, la penumbra; y sobre todo la dimensión simbólica de lo espectral, se muestran como señales inductivas sobre determinadas experiencias eventuales de superstición, duda, miedo e incertidumbre. Experiencias e impulsos que me sobrecogen, me estremecen, pero también me tientan, me seducen. En ocasiones las hago aparecer también acompañadas de objetos emblemáticos, imbuidos de una mística oracular o de resguardo; artefactos, que tienen una relación estrecha con mi vida cotidiana y le otorgan un principio de confianza, de seguridad, a esa incursión o exploración artístico-mental dentro del imaginero. Los cayados o bastones, y algunos detalles de sus ornamentos, constituyen un buen ejemplo de esa voluntad de adición expositiva. 

Si tuviera que ofrecer algún símil sonoro, una especie de cántico para desarrollar otra referencia vibratoria de ese mundo visual de hermetismo metafórico, boscoso, en el que me sumerjo; mundos que repelen y cautivan, que aprisionan y liberan, pensaría en la ópera del alemán Carl Orff, Carmina Burana. Llegué a pensar en un momento dado, incluso, reapropiarme de este título también para nombrar la muestra.

Aunque parezca paradójico, creo que estás señales o claves que inducen muchas de las piezas concebidas dentro de esta perspectiva o perfil, no han de ser interpretadas como indicios de un recorrido profesional errático, desorientador, sino por el contrario, como un motivo funcional de tentativas, búsquedas y reafirmaciones personales. He vivido con intensidad estos momentos de trance dubitativo, de existencia frágil, al límite, y de ellos he salido fortalecida, y con un tipo de obra que -según opinan algunos entendidos- aporta madurez y sofisticación a mi discurso dramático.

Desde hace ya algún tiempo vengo pensando en la idea de hacer una exposición en la que se haga un resumen panorámico de toda esta producción visual específica, y por eso deseo proponerla ahora como proyecto curatorial a la Noemudejar. Luego de varios días analizando, he decidido denominarla “Umbría”, pues considero que es un sustantivo ideal para reflejar ese estado y atmósfera tenebrosos, sombríos, casi selváticos, en el que de manera simbólica suelo perderme y encontrarme con cierta regularidad desde lo intelectual y lo emotivo. Pero considero también que es un término que incorpora con muchísima sutileza -casi de soslayo- ese sentido de conexión y dependencia con los entornos naturales que me circundan, que me acogen dentro de la región del trópico donde vivo y trabajo: Costa Rica. En el caso particular de los cuadros que integran la exposición “Umbría”, considero que adquiere una dimensión práctica ese ejercicio de contemplación y sugestividad a que me someto constantemente frente a las penumbras y noches del campo costarricense. De esas vegetaciones, de esos montículos o relieves apenas vislumbrados; de esos espectros sugeridos tras el forcejeo, la tensión entre las luces y las sombras nocturnales, he aprendido mucho. De ellos he extraído un sin número de artificios técnico-compositivos que se manifiestan en casi toda mi producción multifacética, pero sobre todo en los fundamentos de mi obra realizada mediante el dibujo y la pintura. 

Aimée Joaristi

Metabosque. 2022. Técnica mixta. 200 x 325 cm

Y esa luz, es tu sombra. 2022. Técnica mixta. 200 x 325 cm

La oscuridad, el dolor, los retos vitales que nos ponen la vida a prueba para descubrir quienes somos realmente y que potencialidades poseemos. Umbrías es un paradigma sanatorio, una vía tortuosa de supervivencia

El conjunto de series y trabajos que agrupa está exposición panean un territorio oscuro de Joaristi, una suerte de vacíos infinitos, negritudes, cubículos por momentos tenebrosos que se ahogan entre gritos gestuales ausentes de sonido. Compleja la acción del dolor impregnando la condición del trazo prácticamente monocromo y su diálogo escultórico instalativo desde la convicción de estar operando dentro de las lógicas del arte contemporáneo. Aimée Joaristi se expone tras un suceso que casi le quita la vida. Reponerse, apoyarse en el arte ha sido su pócima alquímica para la rehabilitación de su espíritu fuerte e indomable. El carácter de las series introduce al espectador en las umbrías de la artista, los territorios íntimos, los retos de superación muchas veces no exentos de frustración y dolor. Los apoyos simbólicos trasladados a piezas escultórica conforman un abanico de resiliencias con forma de bastones, sobre los que apoyarse para caminar, para combatir y seguir avanzando.

Francisco Brives
Co-director Museo La Neomudéjar

Y esa luz ―Es tu sombra. 2023. Técnica mixta sobre tela. 97x74 cm (1)

Y esa luz ―Es tu sombra. 2023. Técnica mixta sobre tela. 97x74 cm (5)

Y esa luz ―Es tu sombra. 2023. Técnica mixta sobre tela. 97x74 cm (2)

Y esa luz ―Es tu sombra. 2023. Técnica mixta sobre tela. 97x74 cm (6)

Y esa luz ―Es tu sombra. 2023. Técnica mixta sobre tela. 97x74 cm (3)

Y esa luz ―Es tu sombra. 2023. Técnica mixta sobre tela. 97x74 cm (7)

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram (Consideraciones en torno a la obra de Aimée Joaristi).

Entre los antagonismos que caracterizan nuestra época, tal vez le corresponda un sitio clave al antagonismo entre la abstracción, que es cada vez más determinante en nuestras vidas, y la inundación de imágenes pseudo-concretas. Si podemos entender la abstracción como el progresivo autodescubrimiento de las bases materiales del arte, en un proceso de singular despictorialización , también tendríamos que comprender que en ese proceso se encuentra en núcleo duro de lo moderno. Hay, no cabe duda, una fractura considerable entre el modernismo épico (ejemplificado en el caso de la pintura por el expresionismo abstracto americano) y el gestualismo existencial nihilista (en el que podrían situarse algunos momentos del informalismo europeo) y las nuevas formas de la abstracción surgidas tras la desmaterialización conceptual, la datidad fenomenológica del mínimal y, por supuesto, la crisis de los Grandes Relatos acontecida en el seno de la condición postmoderna. Ya no podemos “legitimar” la práctica de la pintura desde el drip de Pollock como una manifestación de la energía que debe ser controlada . Detrás del cuadro no hay nada más y, por supuesto, no hay un modelo de la visión que sea algo así como la Naturaleza . En un entorno de lucha voraz de las imágenes, la pintura, es obvio, tiene que intentar revitalizarse, sin que eso suponga una fetichización del medio elegido. Hay que afrontar tanto los desafíos del despliegue técnico cuanto la crisis del significado .

Aimée Joaristi, más allá de todo fundamentalismo estilístico, entiende la pintura como una pulsión gozosa en la que podemos reconocer aquella dinámica que expande el arabesco, en una evocación o alegoría de la potencia de la naturaleza, por remitir a las concepciones de Worringer. Sin ningún género de dudas, Aimee es una creadora que da rienda suelta a su pasión voraz, capaz de sedimentar su fértil imaginación tanto en la superficie de la pintura cuanto componer fotografías que transmiten una sensación inquietante (esa familiaridad, como advirtiera Freud, en la que late lo inhóspito), vídeos en los que pululan hormigas que acaso alegoricen nuestro absurdo destino (marcado por la más castrante burocratización), objetos escultóricos que tienen algo de totémico o performances en los que intenta, sobre todo, incorporar la experiencia artística. Si sus pinturas tienen “apariencia” abstracta, en buena medida, son radicalmente concretas o, mejor, vinculadas siempre a la realidad sensorial, a lo estético en una clave nada “especulativa”.

La imagen, según Nancy, da forma a algún fondo, a alguna presencia retenida en el fondo donde nada es presente, a menos de que todo sea en él presencia igual a sí, sin diferencia. La imagen, es importante reparar en ello, separa, difiere, deseo una presencia de esta precedencia del fondo, según la cual, en el fondo, toda forma puede ser retenida o huida, originaria y escatológicamente informe tanto como informulable. Lo que se llama imagen es aquello con lo cual entramos en una relación de placer. Michael Fried resume la convención primera de la pintura en los siguientes términos: “Primero, un cuadro […] tenía que atraer, después, atrapar y finalmente extasiar al espectador; es decir, un cuadro tenía que llamar la atención de alguien, llevarle a cierta perplejidad y retenerle, embelesado, incapaz de moverse” . La pintura genera una petrificación medúsea , aunque en el caso de los cuadros de Aimée Joaristi lo que propiamente se produce es una vivificación.

En la extraordinaria muestra de Aimée Joaristi en el Museo La Neomudéjar de Madrid (2023), titulada Umbrías, podía apreciarse la pasión estéticamente transdisciplinar que despliega. El “dramatismo” del espacio estaba, literalmente, punctualizado por las obras de esta creadora que, en cierto sentido, quería producir algo comparable a la catarsis aristotélica. Francisco Brieva advertía, oportunamente, que todas las piezas de Joaristi estaban impregnadas por el dolor , cuando se ha experimentado la finitud radical y la acción creativa tiene potencia verdaderamente curativa.

Aimée Joaristi no cae, en ningún momento en lo anecdótico ni quiere generar una actitud compasiva en la mirada del otro, al contrario, lo que está es adentrándose, a la manera dantesca en los abismos de su propia existencia. Afrontando, sin miedo el paso “en una selva oscura”. El gestualismo dramático de su pintura, conectado con la admiración que siempre ha tenido por el informalismo español , no excluye ciertos “detalles” figurativos. En algunas de las piezas de Umbrías aparecía el esquema de una casa suspendida, aparentemente, en el aire o un delicado barco que acaso estuviera en medio de una tormenta que impusiera el naufragio como destino ineludible. La singladura es difícil y el sueño de un hogar en el que encontrar cariño es siempre lo que permite que no nos precipitemos súbitamente en el abismo. Esas epifanías representativas que surgen entre las oscuridades de Aimée Joaristi transmiten, en mi opinión, un (mínimo) destello de esperanza. Sin esa luz, aunque sea meramente intermitente, tendríamos solamente ceniza en la boca y hasta desearíamos la ceguera.

Tendremos que seguir anudando el placer visual con el impulso hermenéutico, en ese “gozne” donde las capas de la imaginación friccionan, allí donde realidad y virtualidad pueden generar un tiempo intenso o un velo fascinante. Si el arte y la pintura tienen todavía (como creo firmemente) un sentido radical es porque pueden activar la mirada . Las umbrías de Aimée Joaristi, valga la paradoja, nos iluminan, haciendo que recuperemos el relato de Plinio de aquel “arte de sombras” que fue el origen de la pintura.

Adentrarse en el espacio estético de Aimée Joaristi supone afrontar las derivas oníricas . Georges Didi-Huberman ha recordado que la “vida otra” jamás nos viene dada de antemano. Para que tome forma es necesario que despertemos a los sueños mismos . Como si en el despertar el sueño mismo se revelara ya deseoso de salir de sí. Tenemos que aceptar (valga la clave heideggeriana) la pérdida de la imagen del mundo o, en otros términos, hay que asumir (sin melancolía) que hemos olvidado la experiencia del "todo" . Es fundamental recordar que la pintura es una catástrofe que, por lo menos, da cuenta sintomatológicamente de lo que nos pasa. Aimée Joaristi traza, en medio de sus umbrías, esquemas antropomórficos, proyecciones onírico-corporales que, al mismo tiempo, exorcizan experiencias dolorosas y son alegorías esperanzadoras. La suya es, en todos los sentidos, una pintura encarnada, una estética intensamente corporal que invita a “estar cerca”. En sus saturadas superficies gestuales, encontré una estructura geométrica que tenía algo de excavación arqueológica, el ángulo de una cueva que permitía divisar un fondo iridiscente: ese era un espacio de intensa ensoñación. Pensé que aquel cuadro tan (in)tenso y agitado evoca la idea del vacío o, en otros términos, nos aproximaba a la potencialidad de lo poético , hace que sigamos buscando, en la sombra, la verdad. El verso (perfecto) de Virgilio revela (elípticamente) la intensidad del sueño (oscuro) de Aimée Joaristi que tanto aprendió de la noche y tanta luz sigue creando con sus obras.

Fernando Castro Flórez
Crítico y curador de arte

Viaje. 2022. Técnica mixta. 152x152 cm

Isla. 2022. Mixta. 180 x 155 cm

Dique seco. 2022. Técnica mixta. 180x155 cm

La exposición Umbrías reunió de manera inédita algunas obras que Aimée Joaristi ha producido desde el año 2014. No fue una retrospectiva en el sentido tradicional, sino que reunió en más de 30 obras hechas en suelo costarricense, series de períodos oscuros de su trayectoria. En un acto de sinceridad plástica, la artista develó los “lados B” de su producción y de sí misma también.

Este repaso tan peculiar de su obra incluye piezas de sus conocidas series Silencios y gritos, Fantasmas, Guerra continua, así como su más reciente trabajo donde Aimée se inicia en la fotografía. Estas obras, anteriormente expuestas en diversos espacios culturales nacionales e internacionales, se plasman en medios de toda naturaleza, donde la artista mostró su conocido lado fuerte (la pintura al óleo), y también realizó instalaciones, video, escultura, performance y arte-objeto. Es de reconocer que esta versatilidad matérica y metodológica ha facilitado que la carrera de Aimée dialogue con el arte contemporáneo, sus lenguajes y sus espacios. Es una actualización constante de una obra que se mira y se relee, a la que Aimée añade, mejora, cambia, reinterpreta y revisita en esta retrospectiva.

Esta exposición fue titulada como Umbrías con el afán de reflejar un estado espiritual específico, con el uso de atmósferas tenebrosas, espacios sombríos, casi selváticos, donde tanto artista como espectador pueden perderse y reencontrarse, de manera simbólica, con cierta regularidad desde lo intelectual y lo emotivo. El título de la exposición, además, incorpora con sutileza el sentido de conexión y dependencia con los entornos naturales que circundan esta creación, que acogen a Aimée dentro de la región del trópico donde vive y trabaja: Costa Rica.

La paleta oscura y casi monócroma que impera en esta muestra, tiene el gran mérito de darle abstracción al paisajismo, dos géneros artísticos de muy heterogénea procedencia pero que la historia fue uniendo, siendo hoy Aimée Joaristi una exponente costarricense de vanguardia. Al recrear determinados ambientes físicos con los que ha interactuado, o al concebir otros espacios de manera imaginativa y fantasiosa, mediante simbolismos y artificios poéticos, la artista responde a una concepción de vínculo emotivo y energético con esos ambientes.

No es una perspectiva de interacción racional o estrictamente lógica la que propone Umbrías, sino que el acercamiento que ofrece al espectador para consigo mismo, va por el lado afectivo, por los canales donde la oscuridad, la penumbra y lo espectral, se muestran como señales de duda, miedo e incertidumbre. ¿Quién no, en un trance dubitativo y de existencia frágil, ha tenido este tipo de estados espirituales? Y, asimismo, ¿quién no ha salido fortalecido de esas experiencias de límite y de vacíos infinitos? La exposición invita a la introspección de nuestra sombra, o de aquello que es nuestro y lo denegamos.

La revisión hacia adentro de sí es sustancial para la salud mental, tanto de un individuo como de una democracia, y el arte es la vía por excelencia para solicitar al espectador, de forma estética, sin amenazas ni palabras, que deconstruya dentro de sí hasta los rincones nunca visitados por temidos. Mediante sus habilidades plásticas, Aimée expresa sus búsquedas y reafirmaciones personales, en una conexión e interdependencia con los paisajes del campo costarricense, vegetaciones y montículos de los que la artista ha extraído un sin número de artificios técnico-compositivos.

Tatiana Muñoz Brenes
Historiadora y curadora de arte

Concierto. 2022. Técnica mixta. 150x100 cm

Umbrías. 2022. Técnica mixta. 150x100 cm

Lejos. 2022. Técnica mixta. 150x100 cm

Bosque sordo. 2022. Técnica mixta. 350x200 cm

Paisajes mentales. 2022. Técnica mixta. 350x200 cm